"LOS ACCIDENTES DE LA VIDA"

Guion de Radio 03x01
(Monólogo Interior)


He descubierto en mis pocos años caminando, que la vida es un camino accidentado, por los mares, vientos y relieves que conforman usualmente las gentes que por ella nos vamos topando.

Anduve prados de lecho fértil tupidos de hierba y amapolas, en los que tocaba con mis pies desnudos aire y fronda. Praderas gozosas y alegres que vi tornarse tortuoso páramo estéril, y el mullido pasto volverse graba y rocas afiladas, que rasgaban impávidamente piel y carne cuando andaba. Tierras tiernas ahora yermas, en donde sólo crece venenosa yedra, y sus espinas, maraña urticante, obligaban al fiel caminante a calzarse.
A quien aún gateaba, empezar a andar.
Y a todos sus habitantes a errar…


Paseos en la estepa, planicies de espigas, ocres allá donde miras, y en el horizonte ninguna referencia. Endeble estrato que pareciese firme, levantaba polvareda a cada paso de botín de esparto, y removía los posos de un sueño roto que aunado con sudor se volvía barro, pero que aún así, jamás produjo desazón o arrebato.
Tierra y peregrinos castigados a la par por la indiferencia de un clima y relieve árido, que aunque hostigaba al andante con sol sofocante, era de errares rasantes. Parajes que convertían en dicha toda adversidad que allí no existía, y las calamidades de costumbre eran la fortuna de no ser peores.

Humildes llanuras que tornaronse cosa de otro tiempo, pues aprisa se alzaron en el camino soberbias montañas; vistas remotas, pintadas inalcanzables en un horizonte difuminado con cielos añiles. Mas uno empieza a subir sus vastas faldas sin darse cuenta, cuando el camino raso comienza a hacerse cuesta y más pronunciada se hace la pendiente. Exhausta la travesía a quien las atraviesa, cuando se llega a sus laderas más erguidas, únicamente para dejar de andarlas y empezar a escalarlas.
Primero piedra pulida por la persistencia del viento, que repele la mano del alpinista más experto y el paso del más seguro convierte en tropiezo. Luego revestimiento de nieve y escarcha, hace necesario cambiar alpargata por robusta bota, y sombrero de paja por pasamontañas. Y los pocos que llegan a sus cimas entre dientes fríos rechinan; no merece la pena encumbrar montaña alguna, que vano deseo es pretender tocar el cielo, que mejor es bordearlas, que quien no las encumbra no sufre su arrogancia.

Marchar por las tierras altas cuesta abajo, eludiendo cordilleras y andando sobre la tierra, hasta que ésta se termina por hallar el mar bramante, y empezar a costear su orilla. Y ves mientras las orillas, que en la vida nuestro camino es a toda costa un mar embravecido y nosotros somos las rocas en las que se rompen las olas. Y a cada golpe de ola las grietas de las rocas son más profundas y lloran mares de espuma. Pero jamás te haga ello compadecer, pues cuando las aguas se templan son sólo las rocas las que contemplan y gozan más sobre el mar el atardecer.

Mas bajo la superficie del mar,  la arena, que la corriente siempre zarandea, conforma el lecho más profundo del océano tras la resaca del verano o parte de la playa cuando lo deciden las mareas.
Arenas que también son los desiertos, que cuando sopla el viento nos ciegan y en sus sendas no hay quien no se perdiera o pensara que el futuro que aguardaba era incierto.

Esta tierra ya no ofrece nada, habrá que echarse al mar.

Zarpar en barcos construidos por los mismos que se atreven a navegar; los más previsores dotan de remos y los que confían que les lleve la suerte visten veleros. Y es fácil, y es bello, partir del puerto cuando las aguas están mansas y se ve desde el bote la tierra que vas dejando atrás. Sólo oír el agua, la brisa, y las ilusiones de adónde arribarás…

Pero los días amenos terminan por pasar, cuando llega el primero de muchos navegando en que la soledad te inunda, al divisar que a tus alrededores sólo ves el mar y en tus pensamientos retumba si hiciste bien en marchar.

Hastía soledad que en alta mar antes o después se halla con la tormenta, que abre con telones de lluvia preludio de estrepitosos rayos, acompañados por vientos silbantes y olas amenazantes. Y en la noche sufriendo la tempestad, los remos rotos por el oleaje, las velas rasgadas por los tifones y el timón ido hace mucho tiempo por la deriva, lo único que te queda es sujetarte a un mástil de un barco sin gobierno, mientras suplicas por todos los cielos que las aguas no te engullan.

Dicen que nadie llora bajo la lluvia, que el lamento de los nubarrones vuelve inapreciables las lágrimas de cualquier mujer u hombre. Pero en tu corazón sabes que estás llorando como nunca antes, y sollozas si fue una locura dejar la costa atrás y si ésta será la última de todas, mientras sigue sonando la orquesta de borrasca y centella, haciendo todavía más mísera tu existencia.

Pero incluso el más implacable de los tormentos acaba con la llegada del alba nuevo, cuando la lluvia amaina y las nubes escampan para mostrar los colores en el firmamento.

Y es entonces cuando se puede divisar la tierra a lo lejos, tierra… La ventura de tierra nueva, de tierra virgen, tierra que no ha sostenido los pasos de nadie, inimaginable para cualquiera…

Y sobre todo lleno de júbilo, porque a pesar de los percances y penalidades durante el viaje habrá lugar para seguir caminando un día más y comprender que el destierro no ha sido más que el encuentro de otra tierra. 

Tu propia tierra.

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