"GÉNESIS, EL PECADO ORIGINAL"

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(Historia Trascendente)


En lo profundo de una caverna, en las entrañas de la tierra, la noche es casi totalmente negra. Fuera, la luna llena insinúa siluetas antropomorfas; un grupo de homínidos aglomerados luchan por sobrevivir a la mañana durante la fría noche que zumba desde fuera. Animales, sin conciencia, duermen plácidamente pase a las inclemencias, con su única razón de ser, la vida.

Otra figura, alejada del resto, no comparte este precario descanso; sus pensamientos no le permiten conciliar el sueño. De cuclillas, frente a un montón de hojarasca seca, dos cantos de piedra entre las manos y una mirada profunda clavada en ellas, transmite una inteligencia que todavía el mundo no conocía.
Se trata de Prometeo que, aunque no es el líder de su clan, posee en su primitivo cráneo la clave para la evolución de su especie. Inmóvil, en silencio, pensativo, como una estatua permanece inerte.

Un zumbido vuelve a asomar por la caverna, recordándole su cometido… reavivar la visión que tuvo su anterior noche en vela.
Agarra los dos cantos de piedra, con soltura dubitativa, y los golpea enérgicamente.

Un eco recorre la caverna… No ocurre nada…


Mira, observa las oquedades oscuras de la cueva, observa a sus congéneres; mantienen su sueño… no pueden permitirse perder tiempo en algo ajeno a mantenerse con vida… El mañana nunca se esperaba, y si llegaba, era para sobrevivir a la noche…

Prometeo retoma su propósito, se concentra, se concentra tanto que el sonido del viento parece cesar. Vuelve a sostener las piedras, como si predijera el resultado. Las golpea, con la misma fuerza que antes que hace retumbar de la misma forma las cavidades de la caverna, pero esta vez, se aúna el milagro…

Una chispa se desliza de los cantos rodados, y se mece tímidamente sobre la yesca seca. De ésta germina ,como si de una semilla se tratara, una pequeña ascua que brota, que cada vez va creciendo con más ímpetu, ramas que emergen, que crecen tan rápido que se parten y quedan suspendidas efímeramente en el aire, que se extienden con rabia… alcanzando finalmente el estatus de vigorosa flama.

Fuego, había nacido el fuego.

La noche se tornó luminosa, se dibujaron sombras en la caverna, deformadas por las rugosidades de la piedra. Los miembros de la cueva interrumpieron temerosos su letargo, había un extraño en la caverna. Un extraño que convertía la sala en un cuadro claro-oscuro, luces y sombras que se acentuaban en las paredes de roca y en la expresión recelosa de los primitivos habitantes que permanecían inquietos a la vez que expectantes.
La llama, junto a Prometeo, se contonea en el centro del ágora cavernaria, impasible a las miradas ajenas, baila con aire de superioridad burlesca, con una indiferencia hipnótica que imposibilita despegar la vista de ese enigmático ser, soberbio y tímido a la vez.

Poco a poco los anfitriones sorprendidos, superando el miedo a lo desconocido, se acercaron a ese invitado inesperado que les eclipsaba por su insólito encanto… nunca antes habían divisado un ser con semejantes caracteres…Producía claridad en medio de las tinieblas y calentaba la tersa piel como el Sol de la mañana.

Se agolpaban en torno a la lumbre, absortos, sin desprender la mirada, sin contrastar siquiera reacciones con los demás miembros ante tal evento… solo había ojos para ese caprichoso huésped.

El cerco se iba asentando, y cuando los iniciados feligreses de aquel magnífico ente se acostumbraron a su presencia, las miradas fueron dirigiéndose hacia mesías que trajo consigo al adulado ídolo.

Prometeo, que nunca tuvo relevancia en su clan tenía ahora la atención de todos, y todos reclamaban su testimonio.

Fue la noche anterior, la noche que pasó en vela; desde fuera el cielo rugía… rugía como mil fieras furiosas… Sus allegados dormían, pero él no podía resistirse a la curiosidad, palpitaban desde fuera como un reclamo fugaces destellos que precedían a los estruendos. Salió, salió de la cueva quedándose en los márgenes de la entrada, en mitad de la montaña. El viento, que soplaba con una intensidad que inspiraría al propio Tifón, invitaba a resguardarse. No obstante, la voluntad de un hombre es más poderosa que el viento de un titán. Prometeo comenzó a ascender pendiente arriba por la roca desnuda, hasta llegar casi a la cumbre, dónde los árboles ya no tenían fuerza para crecer… solo había una zarza seca, pelada y solitaria a pocos pasos de la cima.

Se detuvo.


Una tregua se produjo en el firmamento, una calma extraña que desentonaba en la tormenta, como una pausa para vociferar aún con más fuerza.
Entonces volvió el cielo a bramar, un rayo dividió el cielo y cayendo justo en la cúspide del montículo, resquebrajó la ladera, haciendo rodar inmensos guijarros colina abajo, guijarros que caían amenazantes crepitando chiribitas por las duras colisiones al empujarse unos con otros y los otros con la roca que no había sido ferozmente exiliada de la cornisa.
Por prodigio sobrenatural, las pesadas piedras no aplastaron la endeble carne ni los frágiles huesos de Prometeo, quedándose inmóvil, sin necesidad de sortearse la vida y la muerte. La dramática exhibición de las fuerzas elementales dejaron expectante a nuestro anónimo protagonista, que como único cómplice tenía al apartado arbusto. Un arbusto que sorprendentemente pasó por la misma suerte.

Pero una de las rocas rezagadas, de las últimas en rodar por las faldas de la montaña, chocó contra el suelo lanzando saetas luminosas sobre las escasas ramas de la planta, vistiendo a la mustia mata con hojas de ascuas. Una fugaz visión que se consumió rápido, pero que fue suficiente para atormentar la mente de Prometeo.

Tras eso, escampó, no volvió a tronar aquella noche, amainó con una serenidad que contrastaba con lo acontecido, como si mil años de quietud hubiese habido.
Prometeo, ya podía descansar.

***

Continuaban todos en la caverna, alrededor de la hoguera pasaba el tiempo sin que pasara. Todos obnubilados por la efigie. De poco en poco y después de en poco en mucho, traían madera del valle para honrar a su deidad, para que no les dejara solos, no podían permitir que se marchara algo tan bueno, tan magnífico, lo obsequiaban con las ofrendas de leña para mantener vivo el cauce del mundo de aquel divino ser con el de sus devotos practicantes. No querían que tan rápido viniera, se fuera.


Pasaban los días, y muchas eran las ocasiones en las que el clan no se llevaba a la boca alimentos con tal de no arriesgar la existencia del fuego. Pasaron a vivir por y para él; siempre habían superado las adversidades en su ausencia, pero ahora eran incapaces de comprender su día a día sin la lumbre que les resguardara, vivían como si nunca hubiese existido vida sin él. Su encanto les había narcotizado.

Cada alba más famélicos, alimentaba el fuego su expectación y admiración pero no llenaba sus estómagos. Demacrados, parecía que la llama les devoraba el alma, que les absorbía su vitalidad por ser tan ciega su devoción… pero no podía ser, algo tan maravilloso y bello no podía estar consumiendo sus cuerpos. Debían ser ellos los que fallaban…
Prometeo, viendo la situación  que sufrían sus miembros, ejerció su papel de mesías predicando el viaje de su clan al valle. Ya no tenían porque habitar la cueva, el fuego les resguardaría del frío de la noche y de las fieras del bosque, el fuego les salvaría.
Se apresuraron entonces a descender el monte, portando la llama que les guiaba hacia su nuevo hogar, al lugar donde cambiarían sus vidas.

Descendieron.

Descendieron y llegando ya al punto más bajo de la depresión, donde la espesura del bosque era más abundante, dónde una vez ya hace mucho tiempo nacieron sus ancestros, allí depositaron el fuego. Allende, árboles y alimentos eran abundantes y no tenían que preocuparse de sustentar a la flama, ya que era libre de tomar por si misma los frutos que la tierra le daba.
Y así fue; la llama fue propagándose a sus anchas poco a poco, posándose sobre las hojas secas del lecho, creciendo saludablemente para alegría de sus portadores que veían cómo se mostraba un ser aún más imponente y majestuoso que el que nació en la oscuridad de la caverna.
Todos en aquelarre danzaban y tocaban tambores enajenados, su dios se hacía fuerte y parecía crecer al compás de su baile. Un baile frenético, desbocado hasta el punto que se habían olvidado del fuego.   
Mientras tanto la llama seguía extendiéndose, ardían ya los matorrales más llanos, con tal intensidad que consumía a las matas sin discriminar los tallos secos de los frescos.
Pero continuaban todos ajenos a los sucesos.
Ya las llamas se encaramaban con zarpas largas por la base de los árboles, subiendo por el tronco ávidamente y posándose por las copas victoriosas.
Se sosegaron entonces los bailes y festejos ante tales acontecimientos, estaban viendo desconcertados la cara desconocida de su apreciado fuego.

Ya no calentaba las llamas, sino quemaban, consumían con codicia desorbitada todo a su paso, a pasos agigantados iban cubriendo todo el bosque, cómo si no hubiera nada que pudiera saciar su hambre engullían las arboledas y todo lo que se les interpusiera.
Los seguidores de la lumbre ahora huían por todos lares en dirección opuesta a las llamas que les rodeaban, llamas hambrientas que arrasaban lo que sus fauces tragaban.

Prometeo igual que el resto huyó.

***


Grises y negros habían sustituido al verde y al ocre del bosque, ya no sonaban las hojas cuándo el viento soplaba, los árboles eran raquíticos postes oscuros en un valle silencioso, sin vida…
Prometeo vaga solo, desamparado, carga con el elevado peso de la culpabilidad. Ya no hay fuego a los alrededores, solo el rastro de las inclemencias a su paso…
Anda cabizbajo, pero sin dejar de observar el paisaje con pesadumbre, como si fuera demasiado grande la responsabilidad que caía sobre su acto. Y abatido camina sin rumbo, paria de su clan y de la mismísima tierra a la que había traicionado.
Pese a ello, Gea como buena madre no le devolvería el golpe a Prometeo, la madre naturaleza siempre perdona las heridas de sus hijos, pero sus hermanos no serían tan benevolentes... motivo por el cual deambulaba en dirección contraria a la cueva, su remordimiento era un lastre insoportable, pero nada era suficientemente grave para merecer el pago con la muerte, el impulso de la vida siempre se interponía.

Oye un murmullo lejano, serían sus semejantes que bajaban del monte, lo que hace que instintivamente se esconda tras una roca. Él no sabía la intención que les promovía.
Ya se acercaron lo suficiente para ser distinguibles; portaban lanzas y mazos como una partida de caza, pero llevaban también pinturas en su piel, pinturas de guerra que advertían que lo que en realidad acechaban era a un hombre.
Prometeo se mantuvo quieto, esperando pasar inadvertido pues él era la presa que buscaban.

Silencio…

Entonces un batidor grita delatando su posición, Prometeo surge de su escondrijo incitando a todos a iniciar la persecución.

Corre, corre para salvar su vida, tras la vida no hay nada, no hay remontada, vivir o morir, ganar o perder para siempre.

Una lanza atraviesa el pecho de Prometeo, su cuerpo muerto cae tendido al suelo.

***


Creyeron que matando al pecador sucumbiría con él el pecado, creyeron que con su muerte se olvidaría para siempre el fuego de Prometeo… no podían estar más equivocados… Desde aquel día el animal se convirtió en hombre, y el hombre aún habiéndose extinguido el fuego, seguiría viviendo en sus corazones, la codicia, el ansia, el desenfreno que caracterizó a su dios muerto. Estaría destinada a pecar para siempre de la misma forma toda la raza de la humanidad.

 Desde aquel día, el hombre nunca más salió de su cueva y se exilió para siempre de la tierra.

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