Guion de Radio 01x03 - Escuchar programa aquí
(Historia Trascendente)
Una
inmensa galería de grandes ventanales, oscura al caer la noche, obstaculiza
atisbar si hay entes que la habitan.
Pasan
las horas que la quietud del lugar distorsiona aparentando éstas una serena eternidad,
una eterna perpetuidad.
La
Luna cae, y sus rayos de luz traspasan las cristaleras delicadamente, como un
velo de seda que ilumina con ternura la instancia.
Esboza
ya los muros de la sala, de paredes blancas descuidadas, de pintura desconchada,
pero no maltratada, sólo abandonada…
Sigue
descendiendo el luminoso manto de Luna, que evidencia la presencia de los primeros
pobladores de la cámara.
Gentes
de barro, fueron moldeadas un día y ahora seca ya la arcilla se mantienen
rígidas, unas quedando a medio hacer, otras deformadas de rostros en llanto
desfiguradas, y las más inquietantes, las de semblantes impasibles…
Son
inamovibles.
La
mayoría hechas en serie, con moldes prefabricados, dispuestas una tras la otra
o en montones descolocados, pero todas ellas con la misma posición… petrificados.
Pese
a ello, el pródigo astro les otorga una tregua al brindarles su relucir a su
desdicha imperecedera.
El
claror se va dirigiendo cuidadosamente al núcleo de la sala, ennegreciéndoles
sus cuerpos otra vez, arrinconándolos aún más en los sombríos muros, tornándose
sus faces en lóbregos rostros que ojean indiferentes el centro del corro.
El
espacioso salón se ilumina por completo, como un inmenso foco el resplandor
lunar se queda quieto, alumbrando las dos figuras que hay en el centro.
Un
hombre de mármol, tiempo atrás piedra perteneciente a la ladera de una montaña de
áspera roca; piel de feldespato, de marcados rasgos, de sólida mirada, de
facciones angulosas formadas por las mil cinceladas que le han dado la vida una
pose tosca. Algunas ya olvidadas… otras evidentes, profundas y duras perfilan
su frente de melladas cicatrices, que acompañan su severo gesto como reflejo de
sus andaduras. Pero a pesar de sus muescas y grietas, su porte es macizo como
hijo de la cantera de la que fue extraído. De postura inquebrantable, de
voluntad imbatible, escultura curtida por las adversidades de su escarpada vida.
Justo
enfrente, una mujer de porcelana, de piel nacarada, pintada con dulces
pinceladas. Parpados descendientes adornados por inmensas pestañas de plata que
arropan sus ojos vidriosos de cuarzo violáceo y abanican sus mejillas que
engarzan una rojiza sonrisa. Con su esbelto cuello su faz reclina, reposa su
hermosa cara sobre su espalda, formando un acicalado escorzo de cariz relajado,
mientras ensalza su dorso de barniz sedoso con un hombro caído y otro alzado. De
inocente gesto, estilizado cuerpo y extremidades delgadas, que no cubren sus
vergüenzas pero si disimula con sus refinadas manos esmaltadas; le confieren
una pose delicada que compensan sus sinuosas curvas de fina cerámica blanca,
mimosamente moldeada y con abundante cuidado, forjada en la cálida fragua.
Continúa
poniéndose el astro, conjugando las luces y las sombras que acercan conmovidos
a ambos, porcelana y mármol, al interior del habitáculo.
Se
arriman, se rozan y reclinan, y con sus miradas se perfilan. Taladran los ojos
del uno con los del otro, mientras se les graba el alma por deslumbrarles tanto
sus presencias durante la madrugada.
La
inquietud se acentúa a medida que más se acercan, más se abocan, más se
emocionan, más se exaltan, que más se creen quererse amar por conmoverse tanto más
los dos en un único instante, que en todo el falto afecto de su gélida
existencia.
Mas
ni siquiera llega a esculpirse un mero beso de yeso.
Se
fractura entonces el cuerpo de porcelana en los extendidos brazos de mármol,
cayendo sus fragmentos por su regazo y luego en la superficie estrepitosamente
en mil pedazos.
Se
derrumba espantado mármol al contemplar la evidencia; que era ella por dentro
hueca lo que ocultaba su carcasa frágil y bella.
Lágrimas
agrietadas resquebrajan su rostro. Su corazón de granito que había latido, se
torna otra vez pétreo, partido.
Va
atenuándose el claror lunar cerrando el vasto salón tras un tupido telón
oscuro.
Se
tornan otra vez negras las paredes maltrechas, la muchedumbre de argamasa se
arremolina en masa, amasadas en la negrura… sin inmutarse por nada.
Como
la bruma, el polvo de la fémina figura deshecha brilla fantasmagóricamente como
una helada cencella, colándose vagamente en el vacío de sus propias carencias.
Otra
vez solo, dolorido, el hombre sus heridas cicatriza, el corazón acoraza, y remienda
su alma que con el tiempo cristaliza…