A
veces… a veces no puedo evitar que se me pase por la cabeza si la realidad que
nos rodea es auténtica o si tal vez no sea más que un producto de nuestra
imaginación, de nuestras creencias, de nuestras reglas, de nuestra lógica… Y no
me refiero a la percepción de las sensaciones; no dudo del aroma que puede
desprender una rosa, ni que el viento mece mis cabellos y acaricia mis
mejillas, ni la sensación que produce la tierra cuando se escurre entre los
dedos al alzar un puñado al aire. No dudo sobre nada de eso, ni lo dudé ni lo
dudaré… jamás.
Pero,
no puedo evitar que se me pase por la cabeza que hay ciertos aspectos de la vida
del hombre, de su historia, que nos han hecho olvidar dicha realidad, la más
pura objetividad del mundo entendida por nuestros sentidos y su
curso intangible. Apartada, suplantada incluso por una realidad inventada,
hecha por y para el hombre, que como unidad y medida universal se tiene a sí
mismo. Una realidad que resulta ser un dogma imborrable dentro de las inmensas
metrópolis y las recogidas villas, núcleos urbanos conectados por vías que unen
o dividen, según se mire, el mundo. Pero cuando ponemos un pie fuera de esa
colmena humana, en ese mundo olvidado que hasta casi ha dejado de existir, todo
eso se desvanece, deja de tener significado todo lo que habíamos creado fuera
del hogar del hombre. E incluso dentro de la mente de los pensadores se llega
desligar esa realidad, cuando se juntan reflexión y soledad.
No
obstante, repito, que es solo algo que me ronda por la cabeza.
Por
ello es que planteo una moción, una moción de humildad sobre la construcción de
la vida humana, sobre los conocimientos que hemos adquirido, o creemos conocer…
o incluso sobre lo que creemos y dejamos de creer.
Y
es que la historia de la humanidad es como una inmensa torre de Babel, con
titánicos andamios apuntando al cielo desde donde no se ven los cimientos, y la
bóveda celestial se divisa inalcanzable. Mas es en su base dónde quiero hacer
hincapié, pues hace ya tanto tiempo que se puso el primer pilar, que hemos
olvidado porque motivo erigimos ese descomunal monumento, lo obviamos, y desconocemos
si alguna vez lo conseguiremos techar, mientras seguimos construyendo
dubitativos hacia arriba. Y es que es en la base dónde se soporta todo el peso
de lo edificado y lo que está aún por obrar, y aunque tendamos a alzar la
mirada hacia arriba para divisar el extremo más encaramado, e incluso creamos
que es esa la cumbre más alta que se pueda izar, aún así siempre los
descuidados cimientos soportan sin resentimiento toda la imponente estructura.
Y es que es el soporte tan o más importante que los admirados tejados, pues
puede haber fundamentos sin abovedar, pero nunca se podrá coronar con cúpulas
aquello de lo que carezca de una base.
Por
consiguiente, y ya para finalizar, dejo de lado mis prejuicios, rompo las
cadenas para liberarme del tajante dogma, pese a que la marca de los grilletes
siempre me recordarán que un día fui un preso, no me importa, pues hoy soy lo
que soy por mis experiencias de ayer. Y propongo lo mismo para quién me
escuche, para quién igual que yo, igual que todos, tuvimos un día grabada en
nuestra mente con profundas cinceladas nuestras opiniones, nuestras creencias,
nuestras ideologías, sin cuestionar. Y solo por esta cuestión merecen ser
cuestionadas… quizás la única solución, quizás la única fórmula para reparar el
daño sea hacer borrón y cuenta nueva, tomar un nuevo bloque de mármol y
reanudar la talla de nuestro pensamiento… tal vez, la clave, esté en la tabula
rasa.